En la historia, la inmortalidad de un nombre ha estado reservada para aquellos que han conquistado, liderado o expandido una idea en tiempos adversos. Sin embargo, en la actualidad, la inmortalidad debería resignificarse: no para quienes han sobrevivido, sino para aquellas que no pudieron hacerlo.
El mundo atraviesa una era marcada por crisis simultáneas: una pandemia que dejó estragos sanitarios y sociales, conflictos bélicos que redibujan fronteras, un declive económico que ensancha desigualdades y un rezago innovador que frena el progreso. En este contexto, la violencia de género no solo persiste, sino que se agrava. Los feminicidios continúan en ascenso y, con ellos, la indiferencia se vuelve cómplice.
El término feminicidio no es nuevo, pero sigue siendo incómodo para algunos sectores de la sociedad. Se critica su constante presencia en los medios, se rechazan las manifestaciones y se deslegitima la indignación de quienes alzan la voz. Sin embargo, lo verdaderamente preocupante es que, en un solo día, podemos escuchar el nombre de diez mujeres asesinadas y, al día siguiente, haberlas olvidado.
El problema no es solo la violencia letal, sino la falta de memoria. La historia nos ha enseñado a recordar a quienes han vencido, pero no a quienes han sido arrebatadas injustamente. No se trata de glorificar la tragedia, sino de no permitir que sus nombres se diluyan en el olvido, como si su vida nunca hubiera importado.
Esmeralda Castillo, Fernanda Contreras, Yolanda Martínez, Wendy Sánchez, Violeta Cutz, Rosario Cutz, Yeimi Alondra, Ana Paola Platas, Margarita Cuevas, Génesis Mei Ling. Diez nombres que, al ser pronunciados, nos recuerdan que detrás de cada estadística hay una historia interrumpida, un futuro truncado y un vacío imposible de llenar.
El deseo es claro: que mañana solo sean nueve, que en dos meses sean cinco y que en un año, el miedo de maltratar a una mujer sea tan grande que no vuelva a faltar ninguna. Porque la verdadera inmortalidad no debe estar reservada para quienes destruyen, sino para quienes merecían seguir viviendo.
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