Ángeles de Puebla
Los Ángeles Caídos del Clan González Vieyra

“El poder no es un medio, es un fin." Jean-Paul Sartrefilósofo

La caída de los hermanos Uruviel y Giovanni González Vieyra, alcaldes de Chalchicomula de Sesma y Tlachichuca, respectivamente, no es solo el derrumbe de un grupo familiar enquistado en el poder municipal. Es la confirmación de que, en Puebla, los ayuntamientos no solo son la célula básica del sistema político, sino también la mejor empresa criminal de la entidad.

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Porque lo que hoy se ventila con la detención de estos dos alcaldes y la fuga de su hermano Ramiro González Vieyra, edil de San Nicolás Buenos Aires, no es un hecho aislado. Es la regla, no la excepción. El poder municipal en Puebla es el mejor refugio de cárteles familiares que se enriquecen impunemente con el erario, los moches, la extorsión y el crimen organizado.

El caso de los González Vieyra es sólo la punta visible de un iceberg putrefacto. Puebla está plagada de alcaldes que no solo gobiernan, sino que operan con criminales o como criminales. En la Sierra Norte, por ejemplo, los ediles protegen redes de huachicoleros y el trasiego de drogas. En la Mixteca, muchos municipios están en manos de dinastías políticas que rotan el poder entre hermanos, hijos y esposas con un solo fin: perpetuar su control y sus “negocios” que no son más que el saqueo del dinero público.

Es tan brutal la corrupción municipal en Puebla que los inmuebles que rodean los zócalos de casi todos los municipios tienen dueños: caciques disfrazados de alcaldes o exalcaldes, que siguen operando una y otra vez a través de familiares. Los gobiernos municipales no son administraciones públicas, sino franquicias del delito y la corrupción.

En Puebla, el negocio más redituable no es el comercio ni la industria, sino la política municipal. La falta de fiscalización real, la complicidad de los congresos locales y la omisión de las auditorías permiten que los ayuntamientos sean cajas chicas de los caciques regionales.

Por eso, la detención de los González Vieyra no es un golpe contra la corrupción. Es solo un episodio dentro de un sistema que los engendró, los protegió y que, cuando fue necesario, los sacrificó para salvar su propia piel. Más allá de los nombres y apellidos, la maquinaria de la corrupción municipal sigue intacta.

Puebla necesita una sacudida profunda. Pero, ¿quién se atreverá a desmantelar el negocio más lucrativo del estado: el poder municipal? ¡Nadie!

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