
“Lo único que se necesita para que el mal triunfe es que los hombres buenos no hagan nada." Edmund Burke – judío
En su juventud universitaria, la compañera Claudia Sheinbaum se indignó por el incremento de unos pesos en las cuotas de inscripción en la UNAM. Junto con otros grupos (minoritarios todos), participó en un paro en contra del rector Jorge Carpizo McGregor porque consideraba que tal ajuste era un agravio inaceptable.
Hoy, como Presidenta de México, la misma persona que protestaba en defensa de la educación pública por una nimiedad (no me lo cuentan lo viví al mismo tiempo que ella y coincidimos en varias ocasiones) se muestra incapaz de una indignación proporcional ante el horror de los campos de exterminio descubiertos en Jalisco y Tamaulipas.
Ante la revelación de estas atrocidades, Sheinbaum no solo minimiza el horror, sino que desvía la conversación hacia la defensa de Andrés Manuel López Obrador y lo victimiza. "Ya déjenlo en paz", exclamó, como si la indignación pública por la barbarie en Jalisco y Tamaulipas fuera un ataque personal contra su predecesor y no una exigencia de justicia. ¿Acaso su lealtad política es más fuerte que su deber constitucional y moral como presidenta? ¿Por qué su primera reacción no fue exigir justicia, sino blindar la imagen de AMLO? "Ah, pero ya todos, ya otra vez, ya ayer creo que vi que narco presidente AMLO, ya déjenlo en paz, todo, otra vez contra el Presidente López Obrador", dijo en tono despectivo, evidenciando que, para ella, lo importante no es la verdad, sino la narrativa oficial.
El contraste no podría ser más brutal. Sheinbaum, de ascendencia judía, proviene de una tradición que ha hecho de la memoria y la justicia un pilar fundamental de su identidad. La tragedia del Holocausto dejó una marca indeleble en la historia del siglo XX y en la conciencia mundial: nunca más. Sin embargo, en México, los campos de exterminio creados por el crimen organizado no parecen generar en la mandataria urgencia de justicia. ¿Dónde está su indignación ahora? ¿Por qué su compasión se reduce a un selecto grupo de víctimas (y al ex presidente López Obrador, aparentemente) y no a los miles de mexicanos que han sido brutalmente asesinados?
La historia ha registrado otros episodios de exterminio sistemático en Ruanda, la ex Yugoslavia y otras partes del mundo. En esos casos, los responsables fueron llevados a la justicia internacional (por omisión o por comisión). En México, el gobierno prefiere desviar la atención, minimizar el horror y atacar a quienes se atreven a ponerlo sobre la mesa. "Nosotros siempre vamos a estar cerca de las víctimas", aseguró Sheinbaum. ¿En serio? ¿Cómo se puede estar cerca de las víctimas cuando se ignora la magnitud del dolor y se reacciona con molestia ante quienes exigen respuestas y cuestionan?
Más allá de la política mañanera, la historia registra los hechos y el poder que no se ejerce o se usa mal. El tiempo pondrá en perspectiva la gravedad de lo ocurrido en Jalisco y Tamaulipas, y también juzgará a Andrés Manuel López Obrador y las palabras de Sheinbaum cuando descalifica a quienes cuestionan el papel del Estado en esta crisis. Veo con tristeza que la compañera Claudia no sólo ha perdido su capacidad de indignación (si es que alguna vez la tuvo), sino también la actitud democrática frente al debate. Al utilizar términos despectivos como "comentócratas" para referirse a quienes opinan críticamente, exhibe un desprecio absoluto por la libertad de expresión, un derecho consagrado en la Constitución mexicana y en los derechos humanos universales. ¿No se da cuenta de que el “comentocratas” es un ataque a la libertad de expresión y una de las características más evidentes de los regímenes autoritarios?
"No somos iguales", insisten desde el obradorismo y cuando se trata de enfrentar la realidad, la compañera Sheinbaum prefiere defender a su antecesor antes que indignarse por la magnitud del horror que sufre México. Su intolerancia hacia la crítica y su afán de descalificar a quienes cuestionan su gobierno, recuerdan a los viejos dogmas de la izquierda que nos formó y que anhelaba la "dictadura del proletariado": la imposición de una única verdad oficial, la eliminación del disenso y el uso del Estado como herramienta para aplastar cualquier voz incómoda. ¿Qué le ha pasado a la joven que un día protestó largamente contra un aumento mínimo de cuotas en la UNAM? Hoy, sentada en la cúpula del poder, creo que aquella chica menuda, de rizos y melena suelta, no sólo ha perdido su capacidad de indignación, sino también gran parte de su humanidad. #EstoyTriste, #LutoNacional.
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