El hackeo al celular de la presidenta Claudia Sheinbaum, ocurrido tras el traslado de 29 capos del narcotráfico a EE.UU., plantea dudas muy serias: ¿qué actor tiene la capacidad técnica y el interés geopolítico para una operación de tal envergadura?

InfoStockMx - El reciente reconocimiento del hackeo a los dispositivos de Claudia Sheinbaum, apenas unos días después de la entrega de capos a Estados Unidos, no es un evento menor. La interceptación de las comunicaciones de un jefe de Estado es una acción que sólo puede ser realizada por grupos con acceso a tecnología de punta, lo que abre un abanico de posibilidades que van desde agencias de inteligencia extranjeras hasta actores del crimen organizado global con acceso a software de ciberespionaje avanzado.

La conexión temporal entre ambos eventos es, cuando menos, llamativa. El 27 de febrero, el gobierno de México transfirió a 29 criminales de alto perfil a EE.UU., en una acción calificada por The New York Times como "una de las medidas más audaces" en el combate al narcotráfico. Horas después, Sheinbaum fue víctima de un ciberataque que comprometió su teléfono y cuenta de correo personal.

El gobierno mexicano en la conferencia de prensa de esta mañana admitió la vulneración, pero afirmó desconocer la identidad de los responsables. "Es difícil conocer quién lo hizo", señaló la mandataria. Sin embargo, los indicios apuntan a que no se trata de un simple ataque oportunista, sino de una acción calculada con un fin específico.

Los ataques a líderes políticos requieren herramientas sofisticadas. En los últimos años, software como Pegasus, desarrollado por NSO Group, ha sido utilizado para espiar a funcionarios, periodistas y activistas en varios países. Sin embargo, hay otras tecnologías emergentes todavía más poderosas que podrían estar en juego, incluyendo el uso incipiente de computación cuántica para romper encriptaciones de alto nivel.

Países con grandes capacidades de ciberinteligencia, como Estados Unidos, China y Rusia, han desarrollado programas capaces de infiltrar sistemas de comunicación de máxima seguridad.

Pero la clave está en las consecuencias políticas del hackeo. Si fue una acción de un Estado, podría interpretarse como una operación de inteligencia para obtener información sobre negociaciones sensibles. Si provino de grupos del crimen organizado global, entonces estaríamos ante una escalada en la capacidad tecnológica de estos cárteles más allá de su entorno inmediato (México), lo que modificaría drásticamente el equilibrio de poder doméstico.

El hackeo también se inscribe en un contexto diplomático delicado. Recientes informes indican que Donald Trump y su equipo han sido "escépticos" sobre la relación de Sheinbaum con EE.UU., y que sectores en Washington consideran que la lucha contra el narcotráfico en México sigue siendo insuficiente.

En paralelo, un Lockheed P-3B Orion del Servicio de Aduanas y Protección Fronteriza de EE.UU. (CBP) fue detectado sobrevolando la propiedad del ex presidente de México, Andrés Manuel López Obrador.

La coincidencia entre el traslado de los 29 delincuentes, el hackeo, y la presencia de esta aeronave refuerza la hipótesis de que agencias de seguridad han intensificado su vigilancia sobre la política mexicana.

Todo parece indicar que operaciones de esta naturaleza van a continuar y es probable que se extiendan a otros actores "sensibles". México no es solo un vecino de EE.UU., sino un actor estratégico en la seguridad, la economía y la estabilidad de la región. Desde la crisis migratoria hasta el combate al narcotráfico y el comercio bilateral, Washington no puede darse el lujo de ignorar lo que ocurre en el país. Un gobierno mexicano autónomo y con capacidad de negociación propia es visto con recelo en algunos sectores de EE.UU., especialmente cuando entran en juego intereses como el control del tráfico de fentanilo y las disputas comerciales en el marco del T-MEC.

El hackeo a Sheinbaum podría interpretarse dentro de esta lógica: un recordatorio de que cualquier desviación en la relación bilateral no pasará desapercibida.

Así que, si bien no se sabe quién fue el autor, es claro que el hackeo al celular de la presidenta Sheinbaum no es un incidente aislado. Es una acción con potenciales implicaciones en las relaciones de México con Estados Unidos y otros actores globales (incluyendo al crimen organizado).

Mientras el gobierno mexicano sigue investigando, el episodio deja en claro una cosa: la seguridad digital de los líderes del país ya no es solo una cuestión de protección personal, sino un campo de batalla de la geopolítica del siglo XXI que se debe tomar muy en serio.

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