El gobierno mexicano, sumido en la inoperancia de los "abrazos no balazos", permitió que el crimen escale a niveles que en EE.UU. califican de "control territorial alarmante". En Washington, se cierne la posibilidad de medidas drásticas ante lo que consideran un "Estado fallido". 🌎🇲🇽🇺
Editorial - El tiempo de las simulaciones se ha acabado. La comunidad internacional ha observado por largo tiempo, con asombro y desdén, lo que parece ser la agonía de un país que, por omisión o complicidad, ha entregado su destino al crimen en todas sus formas. Desde la Casa Blanca hasta el Congreso de Estados Unidos, el mensaje es claro y devastador: México ha perdido el control y se ha convertido en un refugio del crimen organizado.
Donald Trump, con su característica brutalidad, sentenció que los cárteles "podrían tirar a un presidente en dos minutos". JD Vance, vicepresidente de Estados Unidos, lamentó la situación del país con una frase que resuena en los corredores del poder: "Pobre, triste México". Y la Casa Blanca ha sido más tajante: "El Gobierno de México ha proporcionado refugios seguros para que los cárteles se dediquen a la fabricación y el transporte de narcóticos peligrosos".
¿Es esta la imagen que el gobierno mexicano quiere proyectar ante el mundo?
La respuesta de Claudia Sheinbaum a los vuelos de espionaje de EE.UU. es una prueba más de la interrogante institucional que prevalece. En lugar de un pronunciamiento firme, lo que encontramos es una tibieza preocupante: "No nos alarma". ¿Cómo no alarmarse cuando los cielos mexicanos son patrullados por una potencia que considera al país un peligro para su seguridad nacional?
Los signos de la escalada son evidentes. El general Gregory Guillot ha solicitado "mayores facultades legales" para operar junto a las fuerzas mexicanas en contra de los cárteles. ¿Significa esto el primer paso hacia una incursión militar de facto? El guion es conocido: Estados Unidos primero clasifica a un enemigo como "terrorista", luego aumenta la vigilancia y, cuando la situación se vuelve "insostenible", justifica la intervención. Esto ya ha ocurrido en el Medio Oriente y América Latina.
El gobierno de Sheinbaum se enfrenta a una realidad que no admite discursos vacíos. La sombra de una acción estadounidense se cierne sobre el país, y la historia dicta que cuando Washington decide actuar, lo hace sin titubeos.
México no puede seguir ignorando la gravedad de su situación. El "narcoestado" no es una narrativa de la oposición, sino una acusación directa de los EE.UU. que no está dispuesto a tolerar. Si el gobierno mexicano no recupera el control del territorio, Estados Unidos encontrará la justificación perfecta para hacerlo por su cuenta.
Las advertencias están sobre la mesa. La pregunta no es si, sino cuándo.
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