"Las estadísticas son como un bikini. Lo que revelan es sugerente, pero lo que ocultan es vital." — John Kenneth Galbraith, Economista.
En el terreno de las grandes narrativas políticas, pocos fenómenos son tan bochornosos como la construcción de un discurso económico que pretende convencer con datos parciales y una simplificación mentirosa.
En su corta pero ruidosa gestión, la compañera Claudia Sheinbaum ha demostrado su capacidad para vestir con cifras "realistas" los problemas estructurales que siguen devastando a la economía mexicana. Su reciente protagonismo en la llamada “Mañanera del Pueblo”, donde presentó la evolución del precio de la gasolina en términos “reales”, es un ejemplo perfecto de cómo una política con poder puede carecer de profundidad económica.
¿Qué significa "real"?
Durante su intervención, Sheinbaum y el responsable de PROFECO, Iván Escalante, destacaron con orgullo una supuesta disminución “real” del 0.4% en el precio de la gasolina en los primeros meses de su administración. Si esto se tradujera en bienestar para las familias mexicanas, sería una noticia celebrable. Sin embargo, su análisis ignora las complejidades de lo que significa un “bien estratégico” como los combustibles y evalúa el precio de la gasolina como si fueran bolillos.
Ajustar precios por inflación es un estándar económico básico, pero no suficiente para explicar cómo los costos estratégicos impactan realmente la vida cotidiana. La gasolina no es un bien cualquiera. Es un insumo básico que permea toda la estructura económica: transporte, producción, distribución de bienes y servicios, y, finalmente, el poder adquisitivo. Celebrar una reducción ínfima en un indicador aislado es una maniobra simplista que desestima los efectos acumulados en una economía que sigue cargando con aumentos significativos de sexenios previos.
Maquillar la realidad
El gobierno presume una disminución del 5.2% en el precio de la gasolina durante el mandato de López Obrador, comparado con el cierre del sexenio de Peña Nieto. Pero este dato ignora que el precio acumulado desde los sexenios de Calderón y Peña Nieto tuvo incrementos del 22.9% y 42.8%, respectivamente. ¿Cómo puede entonces una reducción tan pequeña, en términos “reales”, aliviar los efectos devastadores de décadas de aumentos? Sobre todo, considerando que el gobierno actual también es el beneficiario directo de ese costo acumulado que cargan las espaldas del pueblo al que dicen proteger.
El precio de la gasolina no mejoró, sigue representando un costo que no se diferencia de los gobiernos del PRIAN.
Además, el enfoque oficial pasa por alto el impacto multiplicador que tiene el precio de la gasolina en los hogares más vulnerables. Cuando el combustible sube, sube también el precio de los alimentos, servicios básicos y bienes esenciales. Pero esta dinámica queda fuera del relato triunfalista de la administración Sheinbaum.
Más preocupante aún es la ausencia de propuestas concretas para mitigar el impacto de estos precios en la economía familiar. La solución no está en estabilizar los precios nominales o ajustarlos por inflación. El verdadero desafío radica en diseñar políticas públicas que reduzcan la dependencia del país en los combustibles fósiles, promuevan alternativas sostenibles y aborden las desigualdades estructurales que perpetúan el círculo vicioso de pobreza y vulnerabilidad económica.
La "economista" Claudia
La compañera Sheinbaum, con su historial académico, debería saberlo mejor. Pero en su afán por consolidarse como la sucesora natural de López Obrador, ha optado por perpetuar un discurso económico que confunde ajustes cosméticos con soluciones reales. No basta con citar cifras. La economía es más que datos aislados; es una ciencia compleja que demanda análisis integrales y, sobre todo, empatía con quienes enfrentan día a día el costo real de decisiones políticas mal fundamentadas.
Si Claudia Sheinbaum quiere ganar credibilidad, deberá abandonar las simplificaciones mentirosas y asumir con seriedad los problemas estructurales de México. La gasolina (como el tipo de cambio, la tasa de interés y los salarios), representa un costo estratégico (no es sólo un precio). De ahí que lo importante no es deflactar los datos, sino entender su impacto y actuar en consecuencia.
Cuando una gráfica que debería encender alertas pone alegre y sonriente a la presidenta, me pregunto: ¿Qué tiene en la cabeza? No lo sé. Sólo veo que la "economista" Claudia permanece atrapada en un espejismo de cifras creadas por su gobierno que no cuentan la historia completa.
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