Desde su llegada a Sinaloa el 3 de diciembre, Omar García Harfuch libra una batalla en dos frentes: uno contra las facciones del Cártel de Sinaloa que disputan el control territorial y otro, quizás más complejo, para lograr una verdadera coordinación entre las fuerzas federales, estatales y municipales. Mientras tanto, la violencia se propaga como fuego en bosque seco.
InfoStockMx. - La situación de seguridad en Sinaloa se deterioró desde septiembre de 2024, cuando las facciones de Los Chapitos y La Mayiza del Cártel de Sinaloa desataron una sangrienta guerra interna tras la extracción y entrega de Ismael "El Mayo" Zambada a autoridades estadounidenses. El conflicto, centrado inicialmente en Culiacán, se ha extendido a municipios del centro y sur como Navolato, El Dorado y Cosalá, generando una espiral de violencia que ha cobrado cientos de vidas.
La ofensiva federal ha sido contundente. El operativo del 3 de diciembre resultó en la mayor incautación de fentanilo en la historia de México: más de una tonelada asegurada en Guasave y Ahome, junto con la captura de dos cabecillas del Cártel de los Beltrán Leyva, vinculados a Fausto Isidro Meza Flores, alias “Chapo Isidro”.
Sin embargo, este golpe fue apenas un episodio en una lucha mucho más amplia. Los enfrentamientos se recrudecieron, con ataques directos a policías estatales en Culiacán que dejaron un muerto y cuatro heridos. Según informes de seguridad, los operativos federales también se extendieron a zonas previamente estables en el norte de Sinaloa, encendiendo las alarmas de posibles represalias.
El desafío más complejo para García Harfuch no está solo en enfrentar a los criminales, sino en lograr que todas las fuerzas de seguridad actúen como una sola. La falta de coordinación quedó expuesta cuando Gerardo Mérida Sánchez, titular de la SSP de Sinaloa, declaró que los operativos federales se realizaron sin solicitar apoyo estatal:
“Únicamente nos pidieron información, que ya fue proporcionada en tiempo y forma, el apoyo directo aún no lo han pedido”, señaló en conferencia de prensa.
Ante la presión pública, Harfuch se reunió con el gabinete de seguridad estatal. El resultado fue una declaración conjunta en la que Mérida Sánchez reconoció que ahora existe “un compromiso pleno de apoyo”. Sin embargo, estas muestras de unidad parecen ser más un intento de apaciguar tensiones políticas que una solución estructural.
Para el periodista Marcos Vizacarra, de la Revista Espejo, la intervención federal en el norte de Sinaloa es una señal preocupante:
“Posiblemente estemos viendo el inicio de un nuevo ciclo de violencia en territorios donde antes no se había registrado conflicto”, advirtió en entrevista.
En contraste, el activista Óscar Loza Ochoa valoró la estrategia como un intento necesario de contención:
“Me parece bien que las autoridades actúen temprano para cortar esa racha antes de que se agrave más. Sin embargo, es fundamental que se respeten los derechos humanos en todo momento”, subrayó.
El despliegue de fuerzas federales continúa, pero cada operación trae consigo el riesgo de desatar una violencia aún mayor. La guerra que enfrenta García Harfuch no es solo una lucha contra las facciones del Cártel de Sinaloa, sino también un esfuerzo por imponer orden en un aparato de seguridad fragmentado.
El destino de Sinaloa depende de la capacidad del enviado especial de la presidenta Claudia Sheinbaum, para controlar ambas batallas. Si falla en alguno de estos frentes, la violencia seguirá propagándose como fuego incontrolable en un bosque seco.
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