“"La competencia de riquezas, honores, mando u otras potestades tiende a la enemistad, al odio y, finalmente, a la guerra." (Leviatán, Capítulo XIII). Thomas Hobbes – Filósofo inglés
La política mexicana actual ha dejado de ser un tablero de ajedrez para convertirse en una partida de dominó en parejas, bajo la dirección de un jugador que lleva la mano. Cada vez que su compañera se equivoca, él levanta las cejas en señal de advertencia. Exige, además, que en el juego se aplique la regla de las tres “R”: respetar, repetir y rechingar, a sus oponentes, conforme a la estrategia que él marcó al poner la primera “mula” sobre la mesa.
Sabe, además, que en la pareja de adversarios tiene a un enemigo y a un traidor (...).
Pero más allá del juego de quien se asume como el verdadero protagonista (ser sin estar), emerge un serio problema: la presidenta Claudia Sheinbaum, recién llegada al máximo cargo político del país, necesita afirmarse como una líder auténtica y autónoma, porque a su alrededor brotan ya pugnas de poder que muestran a Morena como un partido en proceso de fragmentación o, cuando menos, en contradicción con el poder presidencial.
Claudia y “La Mano”
Claudia Sheinbaum ha buscado proyectarse como la mandataria que México necesita, pero su camino está colmado de claroscuros. Ha mostrado pragmatismo al retomar el papel de México en el concierto internacional — participará en la Cumbre de Líderes del G20 prevista para los días 18 y 19 de noviembre en Brasil. En el ámbito interno, la reciente polémica sobre el Poder Judicial mostró a Sheinbaum interviniendo para detener una disposición que habría permitido al Congreso desconocer tratados internacionales, reflejando un intento por mantener la moderación y el equilibrio institucional.
Sin embargo, esa disputa reveló tensiones con el exmandatario Andrés Manuel López Obrador (AMLO) y líderes legislativos de su propio partido, como Ricardo Monreal y Gerardo Fernández Noroña, a quienes en público y privado corrigió la plana en más de una ocasión.
A pesar de las reformas constitucionales impuestas por la mayoría legislativa de su partido y aliados, Claudia Sheinbaum aún parece estar lejos de consolidar un liderazgo incuestionable.
Morena se transforma en un campo de batalla de intereses encontrados. Andrés Manuel López Beltrán, al mando real de la organización política, no se comporta como aliado de Sheinbaum, sino como contrapeso. Insiste en mantener vigente el liderazgo de su padre, y sus interlocutores asienten. Sheinbaum, por su parte, parece haber dejado atrás los “abrazos” para adoptar un enfoque más confrontativo contra el crimen, aunque con el freno de mano puesto en cada “Mañanera del Pueblo”, donde Jesús Ramírez y Genaro Villamil reiteradamente le recuerdan sobre la línea trazada por AMLO.
¿Cambio real o continuidad?
La crisis de seguridad es cada vez más profunda, y el desafío de revertir la ola de violencia sin que la administración de Sheinbaum se desmorone en el camino es, sin duda, uno de los temores más oscuros de su mandato.
Pero el desafío también es oportunidad: la presidenta tiene ante sí la opción de consolidarse como una líder real, alejada de la sombra de su predecesor y de los intereses partidistas. La pregunta es si podrá asumir los retos con la diplomacia y la moderación necesarias, o si su estilo, agreste y de confrontación, terminará por aislarla.
México es un país complejo, necesita claridad en el liderazgo. La ambigüedad o la radicalización pueden tener costos incalculables. Con todo, no se observa si la presidenta ya entendió que enfrenta el reto de demostrar que su mandato no es simplemente la extensión de un proyecto ajeno, sino una nueva etapa para el país.
Ahora que se publicita tanto el descenso de su popularidad como gobernante tras el primer mes de gobierno, Claudia Sheinbaum debe probar que realmente está al mando de su propio destino y el de México.
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