Horacio De la Cruz S.
| @hcsblogCuando la candidata presidencial de Morena, PT y PVEM, Claudia Sheinbaum, o el candidato al gobierno del estado, Alejandro Armenta Mier, hablan de poner un segundo piso a la Cuarta Transformación (4T), se refieren a la cobertura popular de los programas sociales, pero es una metáfora.
En términos nominales, ya están incluidos todos los que deben estar bajo un criterio universal sociodemográfico (¡qué palabrita para referirse a las características de la población en estado de pobreza y vulnerabilidad!). Pensar en incorporar a más gente en el futuro, significa apostar a la generación de mayor pobreza y desigualdad.
Que actualmente los programas sociales no lleguen a todos los registrados o que sean intermitentes los pagos, es un tema burocrático y de corrupción.
Pero regresando al tema del "segundo piso". En realidad, la 4T ya tiene un edificio completo donde alberga un tremendo poder y lo que observamos, se parece cada día más a la operación de un banco.
Me explico. Como en un banco, el primer piso está directamente relacionado con los clientes (la base). Sus necesidades de apoyos son atendidas por operadores electorales que los atienden bajo directrices específicas de movilidad partidista abierta o encubierta. La base recibe apoyos de los programas sociales y los operadores están dentro de alguna nómina gubernamental.
Sin el primer piso, no existiría lo demás, es decir, Morena; ni se llenarían los mítines de AMLO, Claudia Sheinbaum o Alejandro Armenta.
Y todo eso tiene un costo altísimo y es financiado con recursos públicos. Lo que sigue, más todavía.
El segundo piso, en realidad, ya existe. Ahí ya no hay contacto directo con el público (la base) o clientes finales (los votantes). Ahí están mandos partidistas que tienen como función principal revisar temas como el financiamiento del partido, medir la popularidad de los aspirantes a un cargo de elección popular, monitorear la prensa y preparar los temas ideológicos como el discurso, el márketing y la infraestructura para la movilización del Partido.
Pero hay más. En los niveles superiores se definen las candidaturas y están las relaciones con otros gobiernos de igual o diferente origen partidista. En ese "tercer piso" se intercambian, por ejemplo, gubernaturas por embajadas, y se pone y quita a aspirantes a candidatos de elección popular dependiendo no de quién se trata, sino de qué representan.
En niveles posteriores, las cosas son más serias.
En el último piso, regularmente, quienes ahí participan llegan en helicóptero. Son dueños o representantes de grupos de poder de nivel nacional o internacional, que representan inversiones institucionales (en campañas políticas, por ejemplo), fondos de inversión privada, fondos dedicados a la creación de infraestructura, y participan en mercados financieros globales, como Carlos Slim, por ejemplo, y cada uno representa niveles de complejidad y alcances muy elevados.
Ahí se encuentra el Presidente de la República, uno que otro gobernador o futuro mandatario, pero son muy pocos. En términos generales son una élite: “La Mafia del Poder” y, cuando menos temporalmente, el Presidente de la República forma parte de ese grupo.
También están los sótanos, pero de eso le hablaremos al final de esta minisaga; por supuesto no de oídas, como suele hacer uno que otro “columnista”.
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