Hace algunos años en la Facultad de Economía de la UNAM se cursaba un total de 6 semestres de Economía Política, basados en el estudio de “El Capital” de Karl Marx. Una obra impresionante, no fácil de entender ni de seguir. A pesar del grado de dificultad, leí a conciencia los 3 tomos que publicó el Fondo de Cultura Económica.

No tengo duda que la principal contribución de Karl Marx fue a la Teoría Económica, no obstante su extensa obra política, filosófica y periodística.

Abordó todos los temas de su época de manera brillante a partir de “Sobre la cuestión judía”, y trascendió como intelectual y filósofo a partir de la “Crítica de la filosofía del derecho de Hegel”, quien era considerado el padre de la filosofía alemana.

No encuentro en la historia un personaje similar tan diestro y brillante en el debate intelectual.

Después de su muerte en 1883, fue lugar común que el hombre de la abundante barba se convirtiera en una especie de ícono de lo que de manera vulgar se denomina como “ideología de izquierda”.

De manera que así como han degenerado su imagen, su legado interpretado por miles de autores, profesores y políticos, ha perdido el rigor científico que caracterizaba a Karl Marx.

Sus ideas y las que le siguieron en voz de miles de personajes, han sido objeto de debate y controversia en todo el mundo durante muchos años. Los "izquierdistas" que se apropiaron de su legado, a menudo se presentan como la opción más justa y equitativa para la sociedad, prometen lo que nunca han podido cumplir: la redistribución de la riqueza y la igualdad de oportunidades para todos los miembros de una sociedad.

Sin embargo, regularmente en cabeza de ignorantes, populistas y demagogos, las ideas de Karl Marx degeneran en pedazos de ideología de consecuencias graves y destructivas.

Flaco favor hacen los mercachifles con poder al debate intelectual que Karl Marx y Friedrich Engels propusieron a partir de la publicación del “Manifiesto del Partido Comunista” (1848), texto donde se presentó una visión utópica de una sociedad sin clases, en la que la propiedad y los recursos serían compartidos equitativamente entre todos los miembros.

Ese Manifiesto fue el combustible del movimiento socialista, liderado por figuras como Vladimir Ilich ‘Lenin’ y Joseph Stalin. El siglo XX experimentó el socialismo en la ex Unión Soviética y China, bajo la promesa de una sociedad más justa y equitativa para sus ciudadanos.

La realidad fue muy diferente. En lugar de una utopía, estos regímenes totalitarios se convirtieron en tiranía, en pesadillas opresivas que arrojaron un saldo de millones de muertes y sufrimiento humano inconmensurable.

Al final las políticas socialistas de eliminación de la propiedad privada crearon oligarquías basadas en el poder público, la industria y el campo sufrieron un atraso que derivó en hambre y pobreza.

La ruina económica y la pobreza generalizada se hizo presente por décadas en esos países “socialistas” hasta que voltearon al mercado. La eliminación de la libertad individual y el control del estado sobre todos los aspectos de la vida resultó en violaciones permanentes de los derechos humanos y la represión política se extendió como no se tiene memoria en la historia moderna.

Más todavía, arropados en la ideología de izquierda, los líderes y la burocracia totalitaria que emergió demostró ser especialmente destructiva para la libertad de expresión y la libertad de prensa. El control estatal sobre los medios de comunicación llevó a la censura generalizada y a la propaganda que enaltecía a líderes que mantenían el control político a través de encarcelamientos y crímenes horrendos donde el asesinato de opositores fue práctica frecuente.

El riesgo del poder en manos de la “izquierda”, no ha desaparecido. Los izquierdistas son muchos y muy variados. En México, por ejemplo, tenemos al gobierno de Andrés Manuel López Obrador (AMLO), ese que llama conservador a quien no está de acuerdo con él.

Pues bien, AMLO tiene a su “Marx” (Marx Arriaga). En serio, y lo considera uno de sus ideólogos pero en los hechos no es más que un engendro burocrático habilitado en la Secretaría de Educación Pública (SEP), con la instrucción de deformar aún más la educación que imparte su gobierno.

El “Marx” de AMLO, en el marco de un seminario organizado por el Conacyt bajo el título “Libros de Texto Gratuitos. Avances y retos de una nueva política”, moderado por el chavista Sady Arturo Loaiza, señala que “el gran reto (de la SEP) es hacer entender a esta gente que se ha dedicado a comercializar la educación, que genera un mercado, genera mano de obra barata para maquila, para transnacionales, que deje de lado la educación y que permitan que el sueño de la izquierda se haga real: que es que la educación, que la cultura llegue a todos los niveles socioeconómicos” (la redacción corresponde a la dicción del “Marx” de AMLO).

Es decir, el “Marx” de AMLO quiere que no exista inversión privada en la educación porque el “sueño de la izquierda” no se puede hacer realidad. ¿QUé sueño?

Más todavía, pide exasperado “convencer a ese sector empresarial dedicado a la educación que saque las manos de la educación” y no tengan a padres de familia y maestros “cautivos de políticas que generan para hacer de esto un mercado”.

Da pena ajena, pero como mexicano siento una preocupación legítima por la incertidumbre que acecha a los menores en los planteles educativos de la SEP. La educación pública estaba mal, con la pandemia y las políticas de AMLO está peor. Ahora con izquierdistas con poder como el tal “Marx”, sé que el futuro educativo de millones de infantes pende de un hilo muy delgado.

Horacio De la Cruz S.

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